Teología y discapacidad[1]. Una breve aproximación

Abordar la discapacidad desde la perspectiva de la fe no es algo nuevo, existe la teología de la discapacidad. Esta nos permite, a la luz de la Biblia, tener lecturas diferentes sobre la presencia de personas con discapacidad y su participación en las comunidades de fe y en la sociedad en general. En ese sentido, podemos también ir reconstruyendo saberes en torno al cuerpo[1] primero, de manera relacional, sus diferencias y posibilidades, las oportunidades de acción en lo cotidiano, en las iglesias, con lo divino y con el espacio que nos rodea. Y segundo, como un locus o el lugar desde donde se desarrollan nociones, se generan aperturas o restricciones, desde donde nos posicionamos para enunciarnos. Esto último es sumamente importante porque implica seguir trabajando en teología, prácticas de fe y accesibilidades que partan de la voz de quienes por mucho tiempo han sido excluidos, silenciados e invisibilizados.

Es en ese marco que es posible preguntarnos ¿Cómo se han ido construyendo las nociones de discapacidad en la historia en diversas sociedades? y ¿Cuál fue la incidencia de las iglesias en esta construcción?

Aquí es importante dar cuenta de que las sociedades históricamente han comprendido la discapacidad de diferente manera. Es decir, lo que entendemos ahora de ella, ha estado enmarcada en órdenes sociales, culturales, políticos, económicos y religiosos. Sergio Manosalva y Carolina Tapia mencionan que ha habido

“(…) modelos de actuación que construyen nociones sobre las personas con discapacidad que parten de cierta ‘hegemonía de la racionalidad instrumental’: modelo de abandono y muerte; de muerte y exhibición; de protección y encierro; de institucionalización y re-habilitación; y el modelo de estigmatización e inclusión. Estos modelos se sostienen a su vez en un paradigma positivista que construye discursos que representan y comprenden a las personas con discapacidad desde la negación de su existencia como ser humano. Así, el discurso mítico construye al monstruo, el discurso mítico-religioso al bizarro, el discurso religioso al representante divino, el discurso médico al enfermo y el discurso legal al sujeto jurídico. Discurso que despojan al humano de su humanidad singular” (Manosalva Mena & Tapia Berríos, 2013, pág. 48)

Estos modelos y discursos se han puesto de manifiesto en diversos tratamientos a las personas con discapacidad a lo largo de la historia. Agustina Palacios (2008) menciona, por ejemplo, que existieron prácticas eugenésicas que respondían a comprensiones de cuerpos útiles, fuertes, aptos y productivos que hacían que la discapacidad sea considerada como castigo de las divinidades para sociedades como la espartana y ateniense. Sin embargo, nuevas investigaciones arqueológicas dan cuenta que esto pudo no ser del todo cierto, sino más comprensiones que se han ido construyendo en base a los escritos de Plutarco, Sócrates y Aristóteles sobre lo que ellos consideraban debían ser los ciudadanos y no prácticas reales de las sociedades griegas, que según las evidencias podrían haber tenido acciones de cuidado a infantes con discapacidad (Sneed, 2021). Cuando se produjo la hibridez del cristianismo y las creencias romanas, la discapacidad sería comprendida como una causa del pecado y su origen está en la maldad. Las personas con discapacidad junto a enfermos, ancianos y niños, son asumidos como “los necesitados”, como un medio para el ejercicio de la caridad cristiana y las iglesias (católica y protestantes) tomarán medidas de protección y diagnóstico, sucediendo esto hasta la edad moderna (Manosalva Mena & Tapia Berríos, 2013). La edad contemporánea traerá consigo procesos de saber-poder donde la estructura social y significaciones estarán vinculadas a la normalidad/anormalidad. Las iglesias dejarán de ejercer el monopolio sobre el diagnóstico y “cuidado-protección” de las personas con discapacidad y ahora la ciencia se hará cargo, institucionalizando espacios para personas con discapacidad, donde expertos les puedan atender. La medicina desde la noción salud/enfermedad, podrá brindar tratamiento, curación y rehabilitación como dispositivos y tecnologías de normalización. Es importante dar cuenta que el desarrollo científico genera impactos en la sociedad, entonces, desde las ciencias de la salud las diversas condiciones de discapacidad llevarán a la categorización de las personas con discapacidad creando diferentes estigmas sobre los cuerpos y lo que se considera comportamientos diferentes, los mismos que se buscarán “corregir”. Ahora bien, no es que las iglesias hayan perdido el poder total respecto a su relación con las personas con discapacidad. Para muchos siguen siendo espacios donde encontrar la promesa de la sanidad “a un mal” o dónde sentirse parte desde la promesa de amor fraterno[2]. Sin embargo, en muchísimos casos se convierten en espacios violentos y con prácticas excluyentes para las personas con discapacidad.

Por otra parte, es importante visibilizar también, que culturas tales como la Maya, Azteca, Inca, entre otras, han representado en su iconografía roles que las personas con discapacidad ejercían dentro de sus sociedades. Durante los procesos de colonización e imposición de la nueva religión en Centro América y Latino América (y en otras latitudes colonizadas) muchos de estos imaginarios fueron extinguidos y es importante rescatarlos, considerarlos, hacerlos visibles y reconocerlos para seguir comprendiendo la heterogeneidad de las nociones sobre discapacidad y para evitar una única mirada sobre la misma. Menciono esto, considerando los trabajos misioneros actuales en poblaciones indígenas, los mismos que en la mayoría de los casos son desde la imposición y anulación de otras creencias, e ir intentando trabajar más bien desde una fe dialogante, enfocada en las personas, reconociendo la diversidad y los contextos culturales en los que viven.

Como vemos de manera breve, las comunidades de fe cristianas (sean católicas y/o protestantes) han tenido y tienen incidencia en las representaciones y/o imaginarios que se van construyendo sobre la discapacidad y en el tratamiento a las personas con discapacidad y sus familias. En muchos casos, siguen siendo desde la caridad, la lástima, desde el milagro frente a la “tragedia”, la eugenesia como mandato divino, la infantilización y/o la invisibilización.

¿Iglesias inclusivas?:

Al respecto es importante mencionar que en el contexto en el que vivimos, y en el que las iglesias también se desarrollan, cuando la promesa de “normalidad” no se logra o cumple, aparecen con fuerza discursos como integración, igualdad de oportunidades, equidad, inclusión y atención a la diversidad (Manosalva Mena & Tapia Berríos, 2013), Esto se enmarca en el enfoque de derechos, sin embargo, se puede reconocer primero que las instituciones eclesiales:

  1. No siempre han sido defensoras de los derechos humanos a lo largo de la historia.
  2. Su aproximación hacia la discapacidad y personas con discapacidad en la mayoría de casos es desde estereotipos vinculados o a la extrema bondad[3] de las personas con discapacidad o la presencia de maldad o pecado en ellos/as/es siendo la discapacidad producto de ello, lo que produce una atención o enfoque paternalista, como una gracia que se le otorga al otro diferente y no porque su participación en la sociedad y en las comunidades de fe sea un derecho y desde la escucha activa a miembros con discapacidad y sus familias.
  3. Su accionar para ser espacios y/o crear relacionamientos más inclusivos con personas con discapacidad dentro y fuera de sus locales, es la mayoría de los casos es nulo o muy escaso. Esto parte de la existencia o no de reflexión y dialogo a partir de Las Escrituras sobre la discapacidad.

En América Latina y el Caribe las personas con discapacidad representan un 14.7% de la población regional, que son 85 millones de personas que conforman 52 mil hogares (García Mora, Schwartz Orellana, & Freire, 2021). Los países signatarios de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, 2006 son 33 de los cuales, 31 se han ratificado o adherido (CEPAL, 2016) al cumplimiento del Convenio, que en buena cuenta cae en la decisión política de los gobiernos de turno. Cabe considerar que son personas con discapacidad registradas en los sistemas estatales y existe un porcentaje no registrado ya sea en zonas urbanas o rurales. Frente a esta realidad nos preguntamos ¿Qué porcentaje está incluido y en el mejor de los casos participa en las iglesias cristianas? Dando cuenta que, si bien no hay cruces entre número de personas con discapacidad y la religión y/o creencias que profesan, tener el dato es importante por dos razones, primero, valdría tener la voz de las personas con discapacidad, de reconocer sus creencias y la experiencia de fe que viven. Y segundo, recoger la información de las propias iglesias para saber qué tipo de atención se brinda a las iglesias, si son accesibles y promover un trabajo articulado para la plena participación de las personas con discapacidad en todos los ámbitos sociales que incluye el religioso.

Siguiendo esa línea, cuando hacemos referencia a inclusión debemos tener cuidado con sus trampas. La primera se encuentra en hacernos pensar que el solo hecho de contar con personas con discapacidad en las iglesias ya estamos siendo incluyentes (inclusión es diferente a integración). Y lo segundo es que, el espacio eclesial promueve que las personas con discapacidad tengan que acomodarse al espacio, siendo un lugar inaccesible y sin cambio. Nancy Eiesland, menciona que ser una persona con discapacidad y participar de los ritos religiosos que no están pensados en personas con discapacidad es excluyente. Refiere también que es en la imagen de Jesús Cristo ‘el Dios discapacitado’ que se desafían formas de exclusión estructural, simbólica y ritual y que la liberación llega cuando las personas con discapacidad son parte integral de la vida de la comunidad, al ser escuchadas, sus experiencias honradas y sus dones pueden florecer (Eiesland, 2002).

La participación de las personas con discapacidad en la sociedad en general y también en las iglesias debe partir de los principios de accesibilidad y como dice Carlos Skliar “accesibilidad no es la entrada irrestricta sino crear pensamiento sobre lo que significa estar juntos, el para qué estar juntos, concepciones de estar juntos” (Skliar, 2010, pág. 156). En ese sentido, la accesibilidad implica apertura y una mirada interseccional a nuestras comunidades y prácticas de fe. Partiendo del reconocimiento de la diversidad y las diferentes vulnerabilidades que los congregados hacen frente. Es desafiar nuestra lectura de Las Escrituras y con ello los estereotipos que como iglesia podemos perpetuar, e ir eliminando aquellas representaciones simbólicas que excluyen y fomentan la desigualdad entre personas que tienen o no discapacidad.

Reconocemos también que existen denominaciones eclesiales que realizan lecturas del texto bíblico de manera literal y discriminan de manera abierta a las personas con discapacidad. Por ello, es importante visibilizar que la lectura literal de la Biblia crea múltiples barreras para las personas con discapacidad y sus familias. Les impide los accesos arquitectónicos, comunicacionales, rituales, emocionales, etc. con impactos en los sentires sobre sus cuerpos, humanidad y su comunión espiritual y de hermandad. Podemos decir que se crea de alguna manera una “teología capacitista” o “interpretaciones capacitistas[4]” donde a partir de la funcionalidad y/o capacidades corporales pueden participar o ser parte de la iglesia, es decir, ¿Cuán funcional/útil eres para la iglesia? Y en el extremo de los casos negar la presencia/existencia de personas con discapacidad en los espacios eclesiales y construir/perpetuar estereotipos y exclusión. El impacto de las interpretaciones bíblicas capacitistas en la vida de las personas con discapacidad ha traído y sigue trayendo daños emocionales profundos y que las iglesias no sean espacios de comunión, como se esperaría que sea.

Es, sin duda, difícil irnos alejando de las interpretaciones literales de la Biblia e ir permitiendo lecturas que nos acojan. Es ir aprendiendo a percibirnos desde las múltiples experiencias, reconocer que existen y no anularlas porque nos incomodan, es abrir las iglesias y hacer los cambios necesarios para que todos/as/es (en mayor medida posible) sean parte. 

Referencias

CEPAL, C. E. (2016). Panorama Social de América Latina. Santiago: Naciones Unidas. Obtenido de https://www.cepal.org/es/publicaciones/39965-panorama-social-america-latina-2015

Eiesland, N. (2002). Encountering the Disable God. The Other Side, 10 -15.

García Mora, M. E., Schwartz Orellana, S., & Freire, G. (2021). Inclusión de las personas con discapacidad en América Latina y el Caribe: Un camino hacia el desarrollo sostenible. Washintong, DC: Banco Mundia. Obtenido de https://documents1.worldbank.org/curated/en/099015012012140135/pdf/P17538307bf8530ef0b57005d4d17d157f6.pdf

Manosalva Mena, S., & Tapia Berríos, C. (diciembre de 2013). Las retóricas que enmascaran la exclusión de las personas con discapacidad. Paulo Freire. Revista de Pedagogía Crítica, Año 12, N° 14, 47-61.

Palacios, A. (2008). El Modelo Social de la Discapacidad: orígenes, caracterización, y plasmación en la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad. Madrid: Ediciones Cinca.

Skliar, C. (2010). De la razón jurídica hacia una ética peculiar. A Propósito del informe mundial sobre el derecho a la educación de personas con discapacidad. Política y Sociedad, 47(1), 153-164. Obtenido de https://revistas.ucm.es/index.php/POSO/article/view/POSO1010130153A/21713

Sneed, D. (2021). Disability and Infanticide in Ancient Greece. Hesperia: The Journal of the American School of Classical Studies at Athens, 747-772. Obtenido de https://www.youtube.com/watch?v=fIUUrC-1Vac&feature=youtu.be


[1] Este texto breve no pretende abordar la amplitud de la discusión en torno a la relación discapacidad y teología, ni es un análisis exegético bíblico, sino más bien busca ser un aporte breve que pueda resultar útil para visibilizar algunos puntos clave que dan cuenta de esta relación. Es también un extracto del diálogo en un “en vivo” en Instagram que tuvimos con Adolfo Céspedes en diciembre del 2021. Agradezco a Favio Leiva por su ayuda y comentarios a este texto.

[1] Entiendo la corporalidad no solamente como un asunto individual-personal, recordando siempre que lo personal es político y lo que se dice del cuerpo es una construcción y en esa construcción también ha influenciado la iglesia, de tener cuerpos buenos, malos, cuerpos donde se materializa el pecado y cuerpos aptos para estar ante la presencia divina.

[2] Es importante cuando vemos la teoría social de la discapacidad no es la persona con discapacidad la que tiene que cambiar sino la sociedad que, con sus estructuras políticas, sociales, religiosas, culturales, identitarias, excluye y no permite el desarrollo pleno de la vida de todos/as/es. El imperativo de la “normalidad” se entiende como una categoría atemporal, cuando es un constructo histórico-contextual.

[3] Es importante reconocer que esta comprensión estereotípica, inhumana, de las personas con discapacidad no es exclusiva de las iglesias, sino que las comunidades de fe son espacios reproductores de representaciones sociales desde las narrativas bíblicas. Desmontarlos nos permitirá ver humanos detrás de la discapacidad.

[4] El capacitismo es una forma de discriminación a las personas con discapacidad y donde la discapacidad no es entendida desde la diversidad humana sino como un “error” y por ende es vista, representada y comprendida de manera negativa y hasta perjudicial para el género humano (SODIS, 2021). Desde la fe vale la pena preguntarnos ¿De qué manera estamos perpetuando el capacitismo en nuestras iglesias? ¿Son nuestras interpretaciones bíblicas capacitistas?

Eunice Prudencio Sotelo

Antropóloga peruana por la UNSAAC, con grado de magister en Estudios de Género por la PUCP. Con estudios en Desarrollo Humano y Paz, Biblia, Pastoral y Relaciones de Género y Discapacidad como Categoría Social y Política.

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